Artículo para la edición en papel de la revista Yorokobu de diciembre de 2013.
Vamos a morir todos, lo sabemos, pero mientras tanto dicen que se sufre mucho con cosas tipo una separación amorosa. Y más adelante te cuentan que si usas internet puedes acabar separado. Miedo. Que además, si usas WhatsApp tienes muchas más posibilidades porque millones de parejas andan por ahí separándose por culpa del invento. Muchos millones. Tantos como 28. Terror. Nivel sáquenme-de-aquí. De internet. Pero en realidad no quieres irte. Se te ocurre que, ya que te quedas, puedes parecer un héroe y dices “yo no puedo escapar, salvaos vosotros”. Pero nadie se va. No quieren irse de internet, y por algo será. Entonces, el rubio voluntarioso –pero poco hábil– teclea ‘adicción a intee’ pero antes que pueda borrar esa e que sobra, su pareja le riñe: “ya vuelves con ese trasto, ¡ahora no es el momento!” Esconde el móvil con cara de avergonzado y desconcertado, además de otras palabras que acaban en -ado que no sé escribirlas porque quizás eres un menor leyendo este artículo en horario infantil.
Oh vaya, eres un menor. ¿Menos de 18 años y leyendo en papel? Qué raro; sólo puedes ser el futuro y has encontrado esta revista, de casualidad, porque tu bisabuela quizás la guardó por la portada. Pues ya ves; lo de arriba es porque en el 2013 discutíamos sobre si estar conectado era malo para esto o para aquello. Te reñían si usabas mucho el móvil, que era algo así como una pantalla que cabía en el bolsillo. Aquel año, alguien dijo que por culpa del WhatsApp (un chat, ¿aun tenéis de eso?) millones de personas se pelearon tras hablar con desconocidos o porque no contestaban rápido a los conocidos. Luego resultó que la noticia era falsa, pero tanto daba; la seguían repitiendo porque molaba mucho encontrar todo tipo de pegas a los aparatos conectados a internet –supongo que todavía decís ‘mola’ y le llamáis internet.
Por eso quería hacer un artículo cargado de argumentos: que el rubio voluntarioso –pero poco hábil– encontraba un artículo diciendo que internet no podía provocar adicciones porque sólo lo hacen las substancias y los trastornos del control de los impulsos, cosa que luego se refleja en muchas cosas: desde el uso compulsivo del chat hasta andar sin pisar las juntas de las baldosas. Que no es nada divertido aguantar esa gente, tampoco lo era en el pasado, y que por eso acababan separándose. Pero que no era culpa de internet; siempre había algo más.
No haré ese artículo porque cuando te imaginé, desde el pasado, me pareció que nuestras manías con internet eran una tremenda estupidez pasajera. Mi nueva versión de la historia es un cuento en el que el rubio voluntarioso –pero poco hábil– era tu bisabuelo; una persona sana que jamás tuvo ningún problema con las juntas de las baldosas. Tras meter el móvil en su bolsillo, pensó que siempre era un buen momento para saber más y lo volvió a sacar. Borró esa e que sobraba, terminó la frase y pulsó la tecla de búsqueda. En su pantalla apareció la versión web de ese artículo y lo compartió con tu bisabuela por WhatsApp. Ni estaban en peligro, ni se separaron por culpa de internet, ni ella guardó esa revista sólo por la portada.
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Foto: Anne-Sophie de Vargas