La jefa del vuelo VY3908 BCN-PMI del 7 de noviembre de 2012 hizo una notable demostración de inflexibilidad, desorganización, incoherencia, pereza, amiguismo barato y prepotencia. Nada de esto habría sucedido en caso de tener claro lo que nadie debería olvidar cuando atiende a las personas que pagan su sueldo: no putees tus clientes.

Tenía reservado el asiento 3F y me dispuse a dejar la maleta en el portaequipajes. No abrí la primera puerta porque un cartel decía que el espacio estaba ocupado para el equipo de vídeo. Abrí la segunda y estaba completamente vacía. No era extraño, porque nadie estaba sentado en las 12 butacas de las filas 1 y 2. La azafata (que luego supe que era la jefa) dijo que no podía usar este compartimento porque estaba reservado para los pasajeros de la primera fila. Conozco esa fila, una vez la usé porque me la ofrecieron por 25 céntimos extra. Se llama «Asiento dúo» y tiene la ventaja de no tener nadie sentado al lado, poder estirar las piernas y que te ofrezcan un piscolabis. Ah, y un espacio reservado para la maleta, lo supe en ese vuelo.

No podía usar el compartimento para maletas sobre mi asiento 3F, ni el del otro lado, porque estaba reservado para los clientes del asiento dúo. Pero no había nadie en esos cuatro asientos –esta vez no lo compré porque pedían un disparate. Se lo dije a la azafata y contestó «puede que lleguen luego». Apenas había posibilidades de que sucediese: llegué con la ultima jardinera, la de los rezagados, y no eramos más de una docena. Casi todos estaban detrás de mi esperando a que les dejase pasar tras colocar la maleta de una vez por todas. Creo que la jefa debería tener acceso a una lista de pasajeros y asientos para saber si la jardinera de los rezagados transportaba nalgas con destino a los asientos dúo. Había tiempo, porque esa jardinera llega tan tarde que el resto de pasaje está sentado desde hace por lo menos 10 minutos. No está de más consultar la lista cuando ves las primeras filas vacías y quieres saber si el precioso espacio de los portaequipajes estará libre o no para los clientes que lleguen en la ultima jardinera –sobretodo en invierno, con abrigos y toda la pesca. Pero claro, sólo lo haces si tu profesionalidad te impulsa a atender lo mejor posible a los clientes que pagan tu nómina. No era el caso; esta vez la jefa del VY3908 prefería putearles.

Tras la prohibición de usar el compartimento reservado a los asientos dúo, abrí el tercer compartimento. Lleno. El cuarto. Ah, a la izquierda había espacio. La maleta quedaba bastante atrás, cosa que significaría un problema a la hora de salir desde la 3a fila. Cuando escogí el asiento 3F, en el web de Vueling me aseguraron que saldría de los primeros pero, en vista de dónde estaba mi maleta, para conseguirlo debería pisotear los pasajeros de las filas 4 a 6 que estarían de pie en el pasillo; ya sabéis cómo se abarrota sólo dos segundos después de que el comandante eche el freno de mano.

En definitiva, dejé la maleta en el cuarto compartimento de la izquierda y le dije a la azafata «salude de mi parte a los pasajeros de los asientos dúo», que estaban vacíos. Volvió a decir que quizás llegaban luego. Sí, en mitad del vuelo, pensé. Finalmente nadie se sentaría ahí y la cosa no habría quedado en anécdota, no daba para apunte de blog, si no fuese por lo que sucedió a continuación:

Poco antes de cerrar las puertas llegaron dos empleadas de Iberia que dejaron las maletas en los compartimentos reservados para los asientos dúo. Les ayudó una azafata diferente a la que no me los dejó usar. Se sentaron en la fila 2. No pude contenerme: pregunté porqué ellas podían usar ese espacio pero yo no y reaccionaron con perplejidad. La azafata dijo que era cosa de la jefa que no me dejó poner ahí la maleta –es cuando supe que era la jefa. Las empleadas de Iberia dijeron que podían cambiarlas de lugar y les dije que no pretendía eso; no había espacio hasta demasiado atrás y no era mi intención putearlas sino hacer evidente que eso, putear, es lo que hacían con los clientes que pagan sus nóminas. No dijeron nada.

Recordé que en la jardinera esas empleadas de Iberia hablaban entre sí de lo mal que está el ramo, y repetían «me espero cualquier cosa». Pues sí, porque tenéis suerte que la compañía siga viva mientras hace las cosas pequeñas así de mal. No quiero imaginar las grandes. Los días están contados, no hay más. Es ley de vida.

Pero el festival de incoherencias (por decir algo fino) todavía no había terminado. Un empleado, engalanado con un chaleco reflectante, entró con una maleta de considerables dimensiones y se la entregó a la azafata que poco antes me había impedido usar el segundo compartimento, la jefa. Lo abrió y la dejó allí, ni más ni menos que en el sacrosanto espacio de los asientos dúo –que seguían vacíos. Sólo le faltó mear en un rincón para dejar bien marcado el territorio donde puede hacer lo que le plazca, y punto.

Para salir tuve que esperar que se vaciaran las primeras ocho filas. En caso de poder usar el compartimento sobre mi asiento, semi ocupado por las maletas de las empleadas de Iberia, habría salido de los primeros tal como me vendieron en su web al reservar el asiento 3F. Pero parece que sólo se ocupan de proteger clientes de los asientos dúo y compañeros de Iberia:

Cuando intentamos explicar porqué van tan mal las cosas a menudo nos quejamos del comportamiento de los políticos. Inflexibilidad, desorganización, incoherencia, pereza, amiguismo barato y prepotencia. Pero el despropósito va mucho más allá. Lo que sucede en el gobierno no es tan diferente a lo que hace tu amiga, prima, cuñada o saludada (en el ascensor o no) azafata-jefe de Vueling. Vivimos en un país en el que basta dar algo de poder a alguien para contemplar, acto seguido, hasta donde llega el nivel de estupidez de ese poderoso advenedizo.