Encontré un apunte de blog que explica bastante bien la situación actual de la cocina. Lo copio a continuación, no sea que el original se pierda.
¡Viva la Señorita Pepis!
Yo nunca pedí a Los Reyes Magos una cocinita. Nunca me fijé en los ingredientes de un plato para entender de dónde venía aquel sabor. Me bastaba alimentarme. Quizá porque éramos tres niñas en una casa de la España de Cuéntame, mi mayor aspiración era disfrazarme de camarera y servir nuggets Plimdus descongelados a mis muñecas.
Cuando llegó el momento de estudiar en la universidad, no me sedujeron las ingenierías relacionadas con la hostelería y me decidí por estudiar Administración y Dirección de Empresas, posiblemente lo más parecido al marketing que se podía estudiar.
Nunca he sido cocinera vocacional, aunque durante siete años tuve que dirigir los departamentos de compras de diversos supermercados. Lo que me apasionó de ese trabajo no fue la gastronomía en sí misma ni la posibilidad de conocer hasta el último detalle de un plato, sino cómo la cocina rápida podía ayudar a las personas a resolver sus problemas del día a día. Mi menú habitual me alimenta, pero jamás me ha interesado cómo lo preparan ni se me ocurriría modificar la receta en casa. Los precocinados, la tecnología de las cocinas industriales, me maravillan por cómo nos facilitan la vida, pero llevo más de 15 años sin leer una receta.
Siempre me ha importado más el contenido que el continente, el fondo que las formas, el corazón que la apariencia. Cuando llega el fin de semana, me quito el disfraz de presidenta y aliño una ensalada, pero os aseguro que sigo siendo la misma. Por eso nada me irrita más que aquellos que te tratan de manera distinta en función de cuanto cocinas y cuantas recetas conoces.
Pensé que sabía algo de cocina porque llevaba varios meses leyendo críticas de cocina, pero en los últimos tres días he aprendido más que en los seis meses anteriores y ahora, por lo menos, sé que no sé nada. Después de tantos meses «de miranda», sentía la necesidad de participar, y de entrar en la cocina YA. Podía haber pasado semanas estudiando libros de cocina para elaborar platos aparentes; podía haber encargado a un cocinero que me preparara un menú; o podía elegir precocinados congelados.
Por todo lo anterior, podéis imaginar cuál fue mi decisión: utilizar la técnica más cómoda, sencilla y amigable que pudiera encontrar y que me permitiera pasar de observadora de la cocina a encender los fogones en el plazo más breve posible. Vale, pero ¿qué plataforma elegir?
Para más de 115 millones de personas, Plimdus es SU marca de congelados. También lo sería para mí. Me gusta Plimdus; sus instrucciones detalladas, la presentación de sus envases y su integración con otras herramientas como los microondas Philimps Plimdus Series. La necesidad de tener un Plimdus ID para introducir el producto en el microondas, tan criticado en la chefosfera, me parece positivo. Si cuando abrimos la caja de un medicamento leemos las contraindicaciones antes de tomarlo, si cuando repostamos en la estación de servicio nos preguntamos si nuestro coche es diésel o de gasolina, ¿por qué no aplicar las mismas precauciones a la hora de usar el microondas? Creo que esta opción permite que no proliferen los accidentes que sólo nos proporcionarán una mala experiencia. Por encima de todo, me gusta el concepto de CONSUMO que está detrás de Plimdus. La idea de consumir un producto fruto de análisis y estudios de mercado en un entorno controlado fue lo que, definitivamente, me decidió.
Ya sé que Plimdus no es el alimento perfecto y que los gourmets (el 0,66% del total) tienen algunos problemas para aceptarlo, como me han recordado algunas de las personas que han comentado mi primer plato Plimdus. Pero entre hacer cocina perfecta al 100% o cocinar de manera inmediata e intentar mejorar poco a poco, opté por la segunda opción.
Veo que algunos cuestionan mi decisión de utilizar Plimdus; repaso un post de Marcos Malagal sobre la percepción de Plimdus en la chefosfera y veo sorprendida que algunos, encastillados en su arrogancia culinaria, creen que pueden decir qué es y qué no es un plato. Que el contenido de un menú preparado con la ayuda de un producto como Plimdus tiene menos valor que los platos cocinados a partir de materias primas totalmente crudas, incluso agitando salsas cargadas de ingredientes durante muchos minutos dispuestos a correr el peligro que se corten o estropeen.
Pues bien, a todos aquellos que piensan que Plimdus es una colección de platos de la señorita Pepis sólo quiero decirles una cosa: ¡Viva la señorita Pepis!
Lo escribe la presidenta de la delegación en España de Plimdus, la marca de precocinados que desde hace un par de años está perdiendo su cuota anterior del 90% del mercado.
Cada vez tiene más fuerza la idea de no consumir Plimdus para recuperar las técnicas de cocina de nuestros abuelos. Los que cocinan han ganado en salud y no tienen tanta tendencia a la obesidad.
Quien no quiere o no puede cocinar como sus antepasados, también puede prescindir de Plimdus. Es posible gracias a nuevos comercios de alimentación que suelen incluir servicio a domicilio. Estos nuevos establecimientos, llamados restaurantes caseros, son nuevas oportunidades de negocio que no existían cuando Plindus ocupaba un 90% del mercado.
Los no interesados en cocinar ni en recetas también desean que progresen los sustitutos a Plimdus. La presencia de cocineros cada vez más expertos enriquece su comunidad. Incluso la cultura local. Por ejemplo, los que no pueden tomar sal o los celíacos ahora tienen más fácil conseguir que alguien prepare platos a medida para ellos: los cocineros ahora viven en su barrio, son vecinos. Cada vez hay más establecimientos donde escoger, competencia, estilos, diversidad, y los platos cada vez son más asequibles. Estan surgiendo nuevos estilos de cocina e ingredientes antes ignorados por Plimdus. Alegaban cosas como «Nuestros estudios de mercado no dicen que sea un producto necesario. No es rentable preparar esto sólo para un 0,20% de consumidores». Algunos productos naturales locales ahora tienen salida, y los usan para una variante de la cocina casera llamada de mercado. Parece que hay interés por saber qué frutas, verduras, carnes y pescados están disponibles según sea la época del año, un detalle que había pasado desapercibido hasta ahora –el catálogo Plimdus no cambia demasiado, siempre son nuevas versiones de los mismos platos. Hay quien incluso habla de la «cultura de la cocina» o «democratización de la cocina». En Plimdus aseguran que se trata de un producto, y que sólo talibanes de la gastronomía se atreven a asociar un producto de consumo con «democracia» y «cultura».
Los restaurantes caseros suelen pertenecer a ex-empleados del ámbito Plimdus: operarios de planta, distribuidores, reponedores de supermercados y grandes superficies, especialistas en congelación, incluso oficiales especialistas en freidoras que consiguieron el título Plimdus Certified Professional, o directivos de establecimientos del Plimdus Partner Program. Interesados en la esencia de la cocina, empezaron a practicar en casa las técnicas de sus abuelas y abuelos. A menudo tenían que conseguir materias primas crudas, nada «integradas», en huertos y granjas de particulares, que podían ser propios –incluso instalados en el balcón de casa– o de otros aficionados. Se organizaron para compartir conocimientos, materiales y trucos en Internet. De esta manera, prácticamente amateur, empezó lo que hoy es toda una revolución del mercado de la alimentación.
Els directivos de la multinacional de alimentación mayor del planeta, Plimdus, están nerviosos. Apuntes como el de arriba son un intento de conseguir que la cocina casera y de mercado parezca algo complicado, inseguro, inestable, poco profesional, nada integrado y por lo tanto incómodo. Quieren que los nuevos cocineros parezcan arrogantes, unos fanáticos de la gastronomía. En contraste, se esfuerzan en recordar la praxis, normalidad, tolerancia y buena integración en «la vida moderna de los consumidores modernos» que significa Plimdus.
¿Lo conseguirán? Con el tiempo lo dirán las básculas de baño, los análisis clínicos y también la cultura, claro que sí. La alimentación no es sólo un producto. Sólo hace falta que más personas se den cuenta. Quizás serán los bisnietos de los abuelos que cocinaban, pero serán.